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No me gusta el realismo mágico

30 Jul

Una afirmación bastante taxativa, cierto. Quizás debiera morigerar la expresión y decir que ciertos autores se toman muy a pecho el estilo y sus obras me agotan y aburren. A la larga, las creaciones de Isabel Allende me han resultado tediosas y lo original de su creación pasó a ser repetitivo, ilógico (ok, es parte de la composición esa ausencia de correlato con lo real pero, vamos….) y poco atractivo. Sin embargo, no ha sido tras la lectura de algún libro de la chilena que llegué a esta conclusión apresurada, sino gracias a La mujer habitada (1988), primera novela de la nicaragüense Gioconda Belli.

Mientras me dediqué a la ardua tarea de completar las casi trescientas páginas del volumen, pensé que menos mal que no había arrancado con Gioconda a partir de este título, ya que me hubiera perdido de disfrutar (mucho) sus otras joyas como El país bajo mi piel, memorias de amor y de guerra (2001), El pergamino de la seducción (2005) y El infinito en la palma de la mano (2008).

La mujer habitada es la historia de Lavinia, una arquitecta de clase aristocrática, rebelde y feminista, quien es interpelada por la realidad política de Faguas para reconocer y combatir las condiciones de vida bajo la dictadura del Gran General. Al mismo tiempo, parte del relato pertenece a Itzá, quien rememora la lucha contra los conquistadores mientras vive a través de un naranjo y, por su fruto, pasa al cuerpo de la joven Lavinia y vive con ella el nacimiento a la militancia en el movimiento. No obstante, no todo es política, sino que hay una historia de amor con Felipe, un compañero de trabajo, quien intempestivamente irrumpe en el hábitat de la protagonista con su militancia, aunque trata de mantenerla fuera de ella por causa de su propia contradicción machista.

El argumento no parte de premisas erróneas ni reprobables. La perspectiva de la autora es interesante. Entonces, ¿dónde fracasa? A mi criterio, en la escritura. El estilo resulta denso, lleno de vueltas y recovecos, donde basta una palabra, hay cien. Figuras retóricas que navegan entre lo cursi y lo absurdo. Diálogos inverosímiles, rebuscados, alejados por millas de lo coloquial y los que podemos imaginar como personajes reales. Si hay un pecado en la primera novela de Belli, es ser demasiado pretenciosa. Querer meter en un solo libro todos los recursos del subgénero, todos los floreos del lenguaje, toda la investigación sobre feminismo, marginalidad y, quizás, hasta todas las revistas Cosmopolitan.

Belli se destaca por ser una autora que trabaja con mucha seriedad y compromiso los temas que aborda y, al momento de plasmarlos en una historia, dosifica la lírica y el grado cero del lenguaje con maestría. No es el caso de La mujer habitada, a la que calificaría como una obra de excesos y, además, previsible de cabo a rabo. En el lado positivo, los sucesos del libro son capaces de conmover (si lo que se busca es emoción y lágrima fácil), aunque resulta algo patético –ver definición de la RAE-.

Como final, no encontré más que críticas positivas sobre este libro en particular. Me provoca ciertas dudas haberlo experimentado de este modo. No obstante, soy una persona a la que no le gusta Borges. Claro que hablar de Borges y Belli en una misma oración es como hablar de tomates y lamparitas. Además, los motivos son distintos en cada caso. Pero lo importante es que el gozo estético y el placer es algo subjetivo y, después de todo, es más que suficiente para legitimar la experiencia.

Una ficción sobre el Edén y las inquietudes fundamentales del ser humano

21 Jun

Tras el intento fracasado de leer El evangelio según Jesucristo (1991) del ganador del Premio Nobel, José Saramago, decidí volver a animarme a la ficción bíblica con el libro El infinito en la palma de la mano (2008) de la nicaragüense Gioconda Belli. Habiendo disfrutado de sus novelas con anterioridad, me pareció que se trataba de un buen camino de entrada a este tipo de relatos, ya que el portugués tiene un estilo bastante difícil de seguir.

La novela, según cuenta la autora en el prólogo, es el fruto de una investigación profunda y consciente, en la que Belli descubrió que en la Biblia, el relato sobre Adán y Eva ocupa apenas cuarenta versículos del Génesis. Sin embargo, pudo recurrir a versiones apócrifas de la historia que le sirvieron como base para su narración. Estas fuentes son: los Libros de Enoch, el Apocalipsis de Baruk, El Libro Perdido de Noé, los Evangelios de Nicodemo y los Libros de Adán y Eva, que incluían: Las vidas de Adán y Eva, el Apocalipsis de Moisés y el libro Eslavónico de Eva.

La elección del tema no es sino atrevida y peligrosa. Como bien comprobó Saramago, escribir sobre el texto canónico de la creación, puede incomodar a los sectores más conservadores de su público. No obstante, el tratamiento brindado a tan controversial temática a lo largo de las páginas se excede en belleza y cuidado, en el que quizás sea el mejor ejemplo de escritura de la centroamericana.

El libro, en su primera parte, aborda los temas fundamentales de la humanidad: el amor, la sexualidad, el deseo inherente a la especie humana a romper reglas, al poder, al conocimiento. Adán y Eva se encuentran en el paraíso, donde todas las frutas son dulces, donde no hay hambre, los animales son sus amigos, el clima es amigable; no obstante, quizás en un desvío freudiano, la rebelión hacia Elokim (el creador en el relato) encuentra su lugar y así caen en la tentación de probar el fruto prohibido.

La segunda parte, Creced y multiplicaos, versa sobre los devenires de la pareja original y su descendencia en un mundo hostil donde deben buscar su sustento, afrontar las inclemencias del clima y, además, donde crece la enemistad entre su progenie que deriva en un acto de traición.

La historia sigue un recorrido lineal, tal como es conocida ampliamente. Sin embargo, el hecho fundamental de tomar la fruta prohibida del árbol del conocimiento es presentado en toda su complejidad. No como una rebeldía pueril, sino como la encrucijada en la que la especie humana se encuentra ante la pregunta sobre su propia esencia y su libertad, nunca respondida por completo. “El conocimiento, pensó Eva, no era la luz que ella imaginó abriría de pronto su entendimiento, sino una lenta revelación, una sucesión de sueños e intuiciones acumulándose en un sitio anterior a las palabras; era la queda intimidad que crecía entre ella y su cuerpo” (p. 98)

La narración, si bien omnisciente, está encarada desde la perspectiva humana, con especial atención al relato de Eva. Lo maravilloso de este enfoque radica en la forma que asistimos a la experiencia que los primeros humanos tuvieron sobre sí mismos. “Adán, ¿dónde vamos cuando dormimos?”, pregunta Eva. Todo aquello que nos cuestionamos alguna vez, aparece aquí estructurado en forma de paulatino conocimiento, cándida revelación. Del mismo modo, la construcción de la experiencia de la gestación de los hijos, la sorpresa ante los cambios del cuerpo, el descubrimiento del dolor del parto, son acontecimientos descriptos con tal inocencia y preocupación que es posible trasladarse a la piel de Adán y Eva.

El infinito en la palma de la mano ha sido galardonado, con justicia, con el Premio Biblioteca Breve Seix Barral (2008) y el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2008).

Sobre la imagen que ilustra esta entrada:

Wenzel Peter
(Karlsbad 1745 – Rome 1829)
Adam and Eve in the Garden of Eden
oil on canvas
cm. 336 x 247

Un primer acercamiento a la mujer latinoamericana

26 May

Cuando escribe una mujer, suele esperarse que escriba sobre otras mujeres y, por lo tanto, para mujeres. En el caso latinoamericano, el conocido boom editorial de la región tuvo lugar entre 1960-1970, cuando escritores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y el recientemente desaparecido Carlos Fuentes, entre otros, lograron que sus obras se editaran en Europa y el resto del mundo, e hicieron visible su rebelde estilo narrativo con éxito. Sin embargo, los primeros representantes del continente fueron hombres y el turno de las mujeres llegó recién en la década del ochenta.

Actualmente, novelistas como Isabel Allende, Laura Esquivel, Gioconda Belli, Marcela Serrano dominan el escenario y las listas de ventas. La escritora chilena Isabel Allende es, quizás, la máxima representante de este grupo, donde su novela La casa de los espíritus (1982) fue un éxito tanto en la literatura, como en el film homónimo protagonizado por Meryl Streep y Jeremy Irons. Continuadora del realismo mágico, género vernáculo inaugurado por García Márquez, su producción desde ese momento ha sido continua y consistentemente exitosa.

Ahora, ¿qué nos cuentan estas mujeres y cómo? Mi inquietud surgió hace tiempo, en la lectura sistemática de muchas de estas historias. Tiendo a leer más allá de mi propio gusto, como con una intención inquisitiva, crítica desde el comienzo, aceptando que es probable que no disfrute del todo el relato. Mi principal objeción suele ser que las mujeres representadas parecen tener una obligación de ser las mejores en su especialidad. De estar por encima de otras congéneres y, por supuesto, de los hombres. Atravesadas por el conflicto social de la realidad, las protagonistas deben solucionar ese enfrentamiento por el lugar de la mujer en forma de relato, legitimar la lucha con la demostración de fortaleza, determinación y excelencia de sus protagonistas.

¿Por qué es una objeción? Porque la narrativa es escasa en cuanto a la representación de las mujeres más cercanas, más comunes, pero con vidas que merecen ser retratadas y eternizadas por medio de la literatura. En El albergue de las mujeres tristes (1997) de Marcela Serrano, si bien al grupo de protagonistas las rodea la insatisfacción, todas pertenecen o bien a familias acaudaladas o son las mejores en su rubro. Por ejemplo, Floriana, la historiadora protagonista, sin reconocerlo es descripta como una de las mejores en su campo, sin reconocerlo y proviene de una gran familia chilena. Cierto es que la lucha de sexos existe y que el rol de la mujer se encuentra en un lugar controvertido cuanto menos, no obstante, falta la mujer real: la que vive en una clase media y se enfrenta de forma cotidiana con estos mismos ejes y los resuelve como puede. Quizás su historia no posea un drama mayúsculo, aún así, merece ser representada con sus diatribas, porque muchas otras se identificarían con ella.

Isabel Allende tiene a dar nacimiento a sus personajes en familias ricas o bien ser descendientes de las mujeres destacadas. La abuela de Maya, en El cuaderno de Maya (2011), Kate Cold en la saga de Memorias del águila y el jaguar. Paulina del Valle en Retrato en Sepia (2000) y así otras. Es innegable que la estrella de una novela tiene que poseer ese “algo especial” que la hace digna de ser quien lleve el hilo de la historia, no obstante, escritoras como Gioconda Belli suelen crear mujeres especiales, sin que las acompañen circunstancias o características por demás extraordinarias. Es decir, ellas hacen de su contexto ordinario algo extraordinario.

El pergamino de la seducción (2005) es un excelente ejemplo. Allí, hay dos líneas argumentales que se atraviesan. Por un lado, la reconstrucción de la vida de Juana La Loca y, la principal, la historia de Lucía, una huérfana que conoce a un profesor de historia, Manuel, por casualidad y poco a poco  se ve imbricada en su locura de descubrir si Juana de Castilla estaba realmente loca. Seguramente, no es algo que le podría pasar a cualquier lector, pero parte de la sencillez para tejer una trama compleja, misteriosa, transgresora, seductora sin necesidad de dar a Lucía un trasfondo demasiado espectacular.

Quizás el caso que más se ajuste al estilo que intento describir es el libro de Edith Chain Nahima, la larga historia de mi madre (2001). Se trata del relato de la vida de la madre de la periodista chilena, nacida en Siria a fines del siglo XIX. Una historia de inmigrantes, como tantas otras de los que pueblan el continente americano, pero escrita con maestría y transparencia. Es la vida de mi propia madre, con las diferencias culturales correspondientes, de mis abuelas, de las familias de las personas que conozco.

Lo ordinario también es extraordinario. Es la vida que nos atraviesa, nos forma, transforma las ciudades y los países en que vivimos. La literatura no sólo es una válvula de escape, para mí. También es lo que queremos contar y no podemos (aún), pero hay alguien que posee el don y lo hace por nosotros y en ese encuentro nos sentimos contentos.

No odio a Isabel Allende, no aborrezco (casi) a Marcela Serrano ni a otras autoras que hoy no reseñé. De hecho, he leído prácticamente todo lo que Allende escribió y bastante de Serrano. También a Laura Esquivel, Laura Restrepo, etcétera. No leí ni pienso leer a Florencia Bonelli, mi amplitud de criterio tiene ciertos límites. Tengo la suerte de haber leído bastante y variado como para poder formar mi gusto literario. Durante mucho tiempo, La casa de los espíritus fue uno de mis libros favoritos. Claro está, cuando lo leí tenía alrededor de catorce años. Como ya he declarado, todo lo que vierta aquí es una cuestión subjetiva de apreciación no académica (o casi).