Una afirmación bastante taxativa, cierto. Quizás debiera morigerar la expresión y decir que ciertos autores se toman muy a pecho el estilo y sus obras me agotan y aburren. A la larga, las creaciones de Isabel Allende me han resultado tediosas y lo original de su creación pasó a ser repetitivo, ilógico (ok, es parte de la composición esa ausencia de correlato con lo real pero, vamos….) y poco atractivo. Sin embargo, no ha sido tras la lectura de algún libro de la chilena que llegué a esta conclusión apresurada, sino gracias a La mujer habitada (1988), primera novela de la nicaragüense Gioconda Belli.
Mientras me dediqué a la ardua tarea de completar las casi trescientas páginas del volumen, pensé que menos mal que no había arrancado con Gioconda a partir de este título, ya que me hubiera perdido de disfrutar (mucho) sus otras joyas como El país bajo mi piel, memorias de amor y de guerra (2001), El pergamino de la seducción (2005) y El infinito en la palma de la mano (2008).
La mujer habitada es la historia de Lavinia, una arquitecta de clase aristocrática, rebelde y feminista, quien es interpelada por la realidad política de Faguas para reconocer y combatir las condiciones de vida bajo la dictadura del Gran General. Al mismo tiempo, parte del relato pertenece a Itzá, quien rememora la lucha contra los conquistadores mientras vive a través de un naranjo y, por su fruto, pasa al cuerpo de la joven Lavinia y vive con ella el nacimiento a la militancia en el movimiento. No obstante, no todo es política, sino que hay una historia de amor con Felipe, un compañero de trabajo, quien intempestivamente irrumpe en el hábitat de la protagonista con su militancia, aunque trata de mantenerla fuera de ella por causa de su propia contradicción machista.
El argumento no parte de premisas erróneas ni reprobables. La perspectiva de la autora es interesante. Entonces, ¿dónde fracasa? A mi criterio, en la escritura. El estilo resulta denso, lleno de vueltas y recovecos, donde basta una palabra, hay cien. Figuras retóricas que navegan entre lo cursi y lo absurdo. Diálogos inverosímiles, rebuscados, alejados por millas de lo coloquial y los que podemos imaginar como personajes reales. Si hay un pecado en la primera novela de Belli, es ser demasiado pretenciosa. Querer meter en un solo libro todos los recursos del subgénero, todos los floreos del lenguaje, toda la investigación sobre feminismo, marginalidad y, quizás, hasta todas las revistas Cosmopolitan.
Belli se destaca por ser una autora que trabaja con mucha seriedad y compromiso los temas que aborda y, al momento de plasmarlos en una historia, dosifica la lírica y el grado cero del lenguaje con maestría. No es el caso de La mujer habitada, a la que calificaría como una obra de excesos y, además, previsible de cabo a rabo. En el lado positivo, los sucesos del libro son capaces de conmover (si lo que se busca es emoción y lágrima fácil), aunque resulta algo patético –ver definición de la RAE-.
Como final, no encontré más que críticas positivas sobre este libro en particular. Me provoca ciertas dudas haberlo experimentado de este modo. No obstante, soy una persona a la que no le gusta Borges. Claro que hablar de Borges y Belli en una misma oración es como hablar de tomates y lamparitas. Además, los motivos son distintos en cada caso. Pero lo importante es que el gozo estético y el placer es algo subjetivo y, después de todo, es más que suficiente para legitimar la experiencia.