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Un primer acercamiento a la mujer latinoamericana

26 May

Cuando escribe una mujer, suele esperarse que escriba sobre otras mujeres y, por lo tanto, para mujeres. En el caso latinoamericano, el conocido boom editorial de la región tuvo lugar entre 1960-1970, cuando escritores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y el recientemente desaparecido Carlos Fuentes, entre otros, lograron que sus obras se editaran en Europa y el resto del mundo, e hicieron visible su rebelde estilo narrativo con éxito. Sin embargo, los primeros representantes del continente fueron hombres y el turno de las mujeres llegó recién en la década del ochenta.

Actualmente, novelistas como Isabel Allende, Laura Esquivel, Gioconda Belli, Marcela Serrano dominan el escenario y las listas de ventas. La escritora chilena Isabel Allende es, quizás, la máxima representante de este grupo, donde su novela La casa de los espíritus (1982) fue un éxito tanto en la literatura, como en el film homónimo protagonizado por Meryl Streep y Jeremy Irons. Continuadora del realismo mágico, género vernáculo inaugurado por García Márquez, su producción desde ese momento ha sido continua y consistentemente exitosa.

Ahora, ¿qué nos cuentan estas mujeres y cómo? Mi inquietud surgió hace tiempo, en la lectura sistemática de muchas de estas historias. Tiendo a leer más allá de mi propio gusto, como con una intención inquisitiva, crítica desde el comienzo, aceptando que es probable que no disfrute del todo el relato. Mi principal objeción suele ser que las mujeres representadas parecen tener una obligación de ser las mejores en su especialidad. De estar por encima de otras congéneres y, por supuesto, de los hombres. Atravesadas por el conflicto social de la realidad, las protagonistas deben solucionar ese enfrentamiento por el lugar de la mujer en forma de relato, legitimar la lucha con la demostración de fortaleza, determinación y excelencia de sus protagonistas.

¿Por qué es una objeción? Porque la narrativa es escasa en cuanto a la representación de las mujeres más cercanas, más comunes, pero con vidas que merecen ser retratadas y eternizadas por medio de la literatura. En El albergue de las mujeres tristes (1997) de Marcela Serrano, si bien al grupo de protagonistas las rodea la insatisfacción, todas pertenecen o bien a familias acaudaladas o son las mejores en su rubro. Por ejemplo, Floriana, la historiadora protagonista, sin reconocerlo es descripta como una de las mejores en su campo, sin reconocerlo y proviene de una gran familia chilena. Cierto es que la lucha de sexos existe y que el rol de la mujer se encuentra en un lugar controvertido cuanto menos, no obstante, falta la mujer real: la que vive en una clase media y se enfrenta de forma cotidiana con estos mismos ejes y los resuelve como puede. Quizás su historia no posea un drama mayúsculo, aún así, merece ser representada con sus diatribas, porque muchas otras se identificarían con ella.

Isabel Allende tiene a dar nacimiento a sus personajes en familias ricas o bien ser descendientes de las mujeres destacadas. La abuela de Maya, en El cuaderno de Maya (2011), Kate Cold en la saga de Memorias del águila y el jaguar. Paulina del Valle en Retrato en Sepia (2000) y así otras. Es innegable que la estrella de una novela tiene que poseer ese “algo especial” que la hace digna de ser quien lleve el hilo de la historia, no obstante, escritoras como Gioconda Belli suelen crear mujeres especiales, sin que las acompañen circunstancias o características por demás extraordinarias. Es decir, ellas hacen de su contexto ordinario algo extraordinario.

El pergamino de la seducción (2005) es un excelente ejemplo. Allí, hay dos líneas argumentales que se atraviesan. Por un lado, la reconstrucción de la vida de Juana La Loca y, la principal, la historia de Lucía, una huérfana que conoce a un profesor de historia, Manuel, por casualidad y poco a poco  se ve imbricada en su locura de descubrir si Juana de Castilla estaba realmente loca. Seguramente, no es algo que le podría pasar a cualquier lector, pero parte de la sencillez para tejer una trama compleja, misteriosa, transgresora, seductora sin necesidad de dar a Lucía un trasfondo demasiado espectacular.

Quizás el caso que más se ajuste al estilo que intento describir es el libro de Edith Chain Nahima, la larga historia de mi madre (2001). Se trata del relato de la vida de la madre de la periodista chilena, nacida en Siria a fines del siglo XIX. Una historia de inmigrantes, como tantas otras de los que pueblan el continente americano, pero escrita con maestría y transparencia. Es la vida de mi propia madre, con las diferencias culturales correspondientes, de mis abuelas, de las familias de las personas que conozco.

Lo ordinario también es extraordinario. Es la vida que nos atraviesa, nos forma, transforma las ciudades y los países en que vivimos. La literatura no sólo es una válvula de escape, para mí. También es lo que queremos contar y no podemos (aún), pero hay alguien que posee el don y lo hace por nosotros y en ese encuentro nos sentimos contentos.

No odio a Isabel Allende, no aborrezco (casi) a Marcela Serrano ni a otras autoras que hoy no reseñé. De hecho, he leído prácticamente todo lo que Allende escribió y bastante de Serrano. También a Laura Esquivel, Laura Restrepo, etcétera. No leí ni pienso leer a Florencia Bonelli, mi amplitud de criterio tiene ciertos límites. Tengo la suerte de haber leído bastante y variado como para poder formar mi gusto literario. Durante mucho tiempo, La casa de los espíritus fue uno de mis libros favoritos. Claro está, cuando lo leí tenía alrededor de catorce años. Como ya he declarado, todo lo que vierta aquí es una cuestión subjetiva de apreciación no académica (o casi).